El rostro juega un rol importante en la comunicación, pues en él se registran las alegrías, los miedos, los enojos que se convierten en una primera tarjeta de presentación.
Más allá de mera vanidad o cánones de belleza, hoy el rostro puede ser la llave hacia una mejor comunicación en los equipos de trabajo y las relaciones laborales en general, impactando positivamente en aspectos como el liderazgo, la toma de decisiones y la productividad.
Por ello, la comunicación facial permite a cada individuo conocerse y reconocerse, invitando al autoanálisis, la reflexión y el replanteamiento de las relaciones humanas que han marcado en su rostro, literalmente, su existencia.
Por años la expresión “Te vieron la cara” ha estado cargada con un valor negativo, es relacionada con debilidad, torpeza, ingenuidad, ignorancia…, características impropias en un líder, jefe de área, gerente o director. Sin embargo, hoy la comunicación facial pretende combatir esta frase y demostrar que “verle la cara” al otro puede ser también un puente para generar empatías y una mejor comunicación en cualquier ambiente, incluido, por supuesto, el laboral.
Lejos de lo que pudiera pensarse, trabajar el rostro no es exclusivamente tarea de cosmetólogos, cirujanos plásticos o expertos en belleza, sino que implica una labor más profunda –basada fundamental en los preceptos de Paul Ekman, su Sistema de Codificación Facial de Acciones y su concepción de las microexpresiones, agrupadas en seis generalidades: alegría, tristeza, disgusto, ira, miedo y sorpresa– en la que a través de un análisis de las facciones, las emociones, las líneas de expresión y otros rasgos de la cara del individuo se detectan aspectos de la personalidad –como miedos, fortalezas, debilidades, talentos– o del estado anímico –alegría, tristeza, enojo– para que la persona se entienda a sí misma y a partir de ello sea capaz de entender a los demás.
Los beneficios de esta comunicación no verbal, destaca Renata Roa, consultora en imagen pública, impactan en primera instancia la vida personal del individuo, que, entre otros resultados, logra entenderse a sí mismo, descubrir el origen de actitudes antipáticas o comportamientos incongruentes –entre lo que dice y hace– y aprende a mejorar sus relaciones con su familia, amigos, pareja...
Esto se verá reflejado en su entorno laboral, ya que será capaz de identificar cuando un subordinado no está entendiendo lo que se le pide, expresará más claramente sus órdenes –en ocasiones los errores son producto de una falta de claridad en el mensaje y no del empleado–, reforzará su rol de liderazgo, se empoderará ante su equipo de trabajo –que verá en él a una figura de autoridad, pero cercana y abierta a sus necesidades– y definirá los mejores estímulos para con sus colaboradores –cada persona responde a estímulos diferentes–; mejorando el ambiente de trabajo y la productividad personal y de equipo.
Por otra parte, se dice que el rostro es la bitácora de las expresiones que más suelen marcar a una persona, que en ella se puede observar si un individuo es más propenso a las risas, al enojo, a las dudas, al silencio… y todo ello queda registrado, como en las arrugas, donde dependiendo dónde se localicen y la dirección que presentan se puede inferir si esa persona sonríe más de lo que se enoja, si conserva su capacidad de asombro, si dice más de lo que calla, etcétera.
En la cultura china se dice que de los cero a los 25 años la persona tiene la cara que le heredaron sus padres. De los 25 a los 50, el rostro que cada una ha trabajado y de los 50 en adelante se obtiene la cara que merece.
En este sentido, la experta en comunicación facial señala que hay cuatro factores que forman la cara: los genes, el ambiente, las emociones y las decisiones. Y que si bien no se pueden tener un pleno control en los dos primeros, el individuo si puede actuar sobre los dos últimos puntos para crear un rostro que refleje mejores valores hacia el interior y exterior de la persona, y proyecte una imagen donde sus características personales –sin caer en la subjetividad de lo bueno o lo malo– sean congruentes con su personalidad y no se conviertan en un obstáculo comunicativo.
“Analizar las facciones de una persona otorga los antecedentes para comprenderla, pero es la cara en movimiento la que mayor información proporciona”, destaca Renata Roa.
Sin embargo, la comunicación facial, como muchos otros conocimientos, tienen un difícil panorama ante sí –ya sea como capacitación o incentivo no monetario–, en gran parte por la renuencia de las empresas o ejecutivos hacia el conocimiento que no garantice un retorno de inversión o resulte inmedible el impacto positivo en los números de la compañía.
Por ello, el reto es convencer a las empresas de que a pesar de no ser resultados que puedan medirse de una forma clara y directa, la comunicación facial –como casi todo conocimiento comunicativo o herramienta que pretenda mejorar las comunicaciones humanas– ofrece grandes beneficios tanto a los empleados como a las firmas y que en el mejoramiento de los primeros estará el impacto positivo de las segundas. Si bien la tarea no comienza de ceros, pues algunas empresas y las mismas personas se han dado cuenta de esto, si falta un trecho por recorrer.
En fin, la necesidad de este tipo de conocimientos se hace evidente al pararse frente a un espejo y observarse detenida y profundamente, y después compararse con una imagen (fotografía) de unos años atrás, para darse cuenta de cómo el rostro ha registrado el paso del tiempo en arrugas felices o tristes, ojeras, facciones sólidas o decaídas, cejas que no han perdido su capacidad de asombro o dudosas, ojos más abiertos o analíticos… Si algo es seguro, es que el cuerpo no miente. *
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